Autor: Juan Pedro López
Llovía torrencialmente, y en la Estancia del Mojón, como adorando el fogón estaba toda la gente. Dijo un viejo de repente: - Les voy a contar un cuento. Ahora que el agua y el viento traen a la memoria mía cosas que naides sabía y que yo diré al momento. - Tal vez tenga que luchar con más de un inconveniente pa' que resista la mente el cuento sin lagrimear, pero Dios que supo dar paciencia a mi corazón, tal vez venga esta ocasión a alumbrar con sus reflejos el alma del gaucho viejo que ya le espera el cajón. - No se asusten si mi cuento les recuerda en este día algo que ya no podía ocultar mi sentimiento; vuelquen todos un momento la memoria en el pasao, que allí verán retrataos con tuitos sus pormenores una tragedia de amores que el silencio ha sepultao. - Hay cosas que yo no puedo detallar como es debido unas, porque se han perdido y otras, porque tengo miedo. Pero ya que en el enriedo los metí, pido atención que si la imaginación me ayuda en este momento, conocerán por mi cuento la leyenda del Mojón. - Alcáncenmén un amargo pa' que suavice mi pecho, que voy a dentrar derecho al asunto, porque es largo. Haré juerza, sin embargo, pa' llegar hasta el final y si apriende cada cual con espíritu sereno, verán cómo un hombre bueno llegó a hacerse criminal. - ¡Setenta años, quién diría! que vivo aquí en estos pagos, sin conocer más halagos que la gran tristeza mía. Setenta años no es un día, pueden tenerlo por cierto, pues si mis dichas han muerto, ahora tengo la virtud de ser pa' esta juventud lo mesmo que un libro abierto. Iban a golpear las manos por lo que el viejo decía, pero una lágrima fría les detuvo a los paisanos. - Hay sentimientos humanos dijo el viejo conmovido, - que los años con su ruido no borran de mi memoria y este cuento es una historia que pa' mí no tiene olvido. - Allá, en mis años de mozo y perdonen la distancia, sucedió que en esta estancia hubo un crimen misterioso. En un alazán precioso llegó aquí un desconocido; mozo lindo, muy cumplido, que al hablar con el patrón, quedó en la estancia de pión, siendo después muy querido. - Al poco tiempo nomás, el amor lo picotió y el mocito se casó con la hija del capataz. Todo marchaba al compás de la dicha y del amor y pa' grandeza mayor, Dios les mandó un cariño: un blanco y hermoso niño más bonito que una flor. - Iban pasando los años, muy felices en su choza; élla, fuerte y buenamoza; él, fuerte y sin desengaños. Pero misterios extraños llegaron y la traición deshizo del mocetón, sus más queridos anhelos y el fantasma de los celos se clavó en su corazón. - Aguantó el hombre callao, hasta dar con la evidencia y un día fingió una ausencia que jamás había pensao; dijo que "Tenía un ganao pa' llevar pa' La Tablada", que "era una buena bolada pa' ganarse algunos pesos" y así, entre risas y besos, se despidió de su amada. - A la una de la mañana del otro día justamente, llegó el hombre de repente, convertido en fiera humana: de un golpe echó la ventana contra el suelo, en mil pedazos y avanzando a grandes pasos, ciego de rabia y dolor, vió que su único amor descansaba en otros brazos. - Como un sordo movimiento enseguida se sintió, después un cuerpo cayó y otro cuerpo en el momento; ni un quejido, ni un lamento salió de la habitación, y pa' concluir su misión, cuando los vió dijuntos, los enterró a los dos juntos donde hoy está ese mojón. - En la estancia se sabía que la ingrata lo engañaba, pero a él naides le contaba la desgracia en que vivía. Por eso la policía no hizo caso, mayormente, pues dijeron "la inocente se fue con su gavilán". En cambio los dos están descansando eternamente. - ¡Ahijuna! gritó un paisano - Si es así lo que habla el viejo, ese era un macho ¡Canejo! yo le besaría la mano. - ¡Yo soy! le gritó el anciano, venga m'hijo, béseme. Yo fui, m'hijo, el que maté a tu madre, desgraciada, porque en la cama abrazada a otro hombre la encontré. - Hizo bien, tata querido, gritó el hijo sin enconos. Venga viejo, lo perdono, por lo tanto que ha sufrido. Pero ahura, tata, le pido, que no la maldiga más; que si fue mala y audaz por mí, perdónela padre, que una madre siempre es madre, ¡Déjela que duerma en paz! Los dos hombres se abrazaron como nunca lo habían hecho, juntando pecho con pecho, como dos niños lloraron. Padre e hijo se besaron pero con tal sentimiento, que el humano pensamiento no puede pintar ahora la escena conmovedora de aquel trágico momento. Los ojos de aquella gente con el llanto se inundaron y todos mudos quedaron bajo un silencio imponente. Volvió a decir nuevamente ¡Allí están, en el mojón! y poniendo el corazón el anciano en lo que dijo, le pidió perdón al hijo y el hijo le dió perdón.