Autor: Julio Gutiérrez Martín
"- ¡Pablo! ¡Juan!". La voz del tata parte de un tajo el silencio. Como brotando de abajo de una culeca dos cuerpos morenitos y delgados salen del rancho corriendo. El de adelante, Juancito, diez años cumplió en febrero; y el otro, Pablo, su hermano, de unos doce, más o menos. "- ¿Quien viene al campo conmigo?, prieciso dos brazos güenos". Delata el rumbo arador el blanco chisporroteo de las gaviotas que vuelan entre los terrones frescos. Ahí anda el padre contento con sus hijos de laderos, enseñándoles lo lindo que es ver los surcos abiertos. "- Un criollo venga conmigo, el que se me canse menos; vamos a ver si estiramos el alambrao del potrero". Peliando pa’ ser más hombres, los dos gurises morenos, se empujan al disparar pa’ poder llegar primero. "- A ver quién va a trair las vacas que ya viene oscureciendo". Los hermanos parecian un casalito de horneros arriba ‘el lomo a dos aguas del manso tordillo viejo. Pa’ no lastimar hombrias y emparejar los derechos, el que iba adelante en la ida volvia enancao al rigreso. Limpio orgullo el de ese criollo con gurises tan parejos. Del matrimonio ‘e Cisneros con la Petrona Casasco nacieron esos dos brotes con diferencia ‘e dos años. La madre los crio a ternura, el tata a consejo y brazo, espoleándoles a veces ese potrillito bravo que ya queria corcovearles en el genio a los muchachos. "- A ver Juancito, ¡no amigo, ahí se va a dar un tajo! Estire juerte ese cuero; ahura corte, ¡más dispacio!, ¿pa’nde va, pa’ lo del turco?, ¡corte derecho, caracho! No hay uña pa’ guitarrero, deje ese cuchillo a Pablo. No se ofienda compañero, que al saber lo dan los años. Mire pa’ dir aprendiendo, ya se va a poner baquiano". Jamás permite a sus hijos costumbres que le hagan daño. "- Tata, el Juan ha hondiao un cuí y ahura lo anda desollando". "- ¿Y de ahí? - Que es su caronero el que ha agarrao pa’ cueriarlo". "- Veo que perdió las polleras. ¿Qué, se le han caido chusmiando?" La vergüenza cachetea la carita del muchacho, y se da vuelta sobando la puntita del pañuelo. Allá aparece el Juancito meta rivoliar su cuero. "- Oiga m'hijo, ando pensando que usted me guarda un secreto". El chiquilín busca el hilo de la respuesta en el suelo. "- Si tatita, pa’ cueriarlo le agarré su caronero". "- Ta' bien, pero el que se sirve sin permiso de lo ajeno, o es ladrón, o es atrevido. Tire por ahí ese cuero". En esa escuela paisana es buen maestro Abel Cisneros. Jue pa’... mediados de julio, ya madurando el invierno; Abel Cisneros volvía de unas ferias en Dorrego. Venía cruzando al galope entre un vocerío ‘e teros en los cañadones del bajo. Los pajonales espesos tapaban la vizcachera ande se pialó el overo. Cuando el animal rodó, mal lo apretó contra el suelo. Un vecino de ahí cerquita al rato dio con su cuerpo, orientao por el caballo que quedó cuidando al dueño. Cuando pudo abrir los ojos, taba en el rancho Cisneros; su mujer, pegada al catre, muerde con juerza el pañuelo. Del otro lao los gurises, pegaditos y muy tiesos, miran con ojos de angustia. Cisneros sufre en silencio; al respirar se ha dao cuenta que tiene la muerte adentro, pero aguanta sin quejarse; más le duele el dolor de ellos. Busca una excusa: "- ¡La pucha que vine a tropezar fiero!". Los gurises no se animan ni a contestar; tienen miedo que al querer abrir la boca les salga el llanto de adentro, y ¿qué ha de pensar el tata si los ve aflojar tan fiero? Petrona ya no se aguanta y entra a mojar su silencio. "- Pablo, Juan", el padre llama, luchando contra sus güesos. Los chiquilines se arriman, simulan estar serenos, pero son cuatro charquitos brillantes sus ojos negros. La vista del malherido alterna sombra los cuerpos. "- El más hombre de los dos, sin llorar, que me dé un beso". Se inclinan las cabecitas sujetando el lagrimeo, besan al padre y se quedan seriecitos y derechos. A Petrona la impotencia le vuelve garfios los dedos cuando aprieta aquella mano sin juerzas del compañero, pa’ peliárselo a la muerte hasta el último momento. "- Tené fe Abel, no has de dirte". Él busca de hablar sonriendo: "- Ta’ de Dios, mejor que acabe lo que no tiene rimedio". "- Pero me he de dir tranquilo Petrona, llevo el consuelo de haber dejao con la madre dos hombrecitos muy güenos". Con el aire de un suspiro apaga su último resto. La mujer rompe en sollozos, Pablito y Juan siguen quietos, se han agarrao de las manos pa’ darse calor entre ellos, porque de ripente un frío les hace temblar los cuerpos. Las lágrimas de la madre les tironea el sufrimiento. El tatita los quiere hombres; ahura se les pone fiero, hay que aguantar como macho, ande afluejen tan perdiendo. Al mayorcito un sollozo, le va subiendo y subiendo, cuando le llega a los labios, lo muerde y lo hecha pa’ dentro. Juancito a veces lo mira de reojo, como queriendo ver llorar a su hermanito pa’ el poder hacer lo mesmo; se ahoga y tose. El codo ‘e Pablo lo toca como advirtiendo: "- ¡Cuidao, que si lo oye mama no va a creer que está tosiendo! Que ella llore está muy bien, pero usté y yo no podemos". El pago mucho lamenta la muerte de Abel Cisneros. Era un paisano apreciao, por eso es que van cayendo vecinos de tuitos laos, apenaos por el suceso. Sentada en la silla baja, frente a las velas de sebo, con la mirada perdida en Dios sabe qué ricuerdo, Petrona agradece pésames, sin escuchar los consuelos. Ajuera, laten los grillos del corazón del invierno. La noche no ha traído luna; tal vez no ha querido hacerlo pa’ que los dos chiquilines que ha dejado Abel Cisneros lloren solitos como hombres por los fondos del potrero.
Este poema fue transcripto íntegramente del audio por quien lo solicitó, Fabio Berón, de Chicago, USA. Gracias a su excelente redacción y ortografía mi tarea se redujo simplemente a corregir un par de palabras (muy difíciles de identificar al encimarse el sonido de la guitarra con la voz), y alinear algunos versos. La separación en estrofas está hecha en forma arbitraria, con el objeto de facilitar la lectura.