Autor: Evaristo Barrios
Cuerpiandolé al curandero, y acobardao por sus curas, enfermo de las achuras, juí a ver al doctor pueblero. Y le dije al hombre: "quiero me haga una revisación y me ponga en curación, que pa' eso del campo vengo. ¡Parece que adentro tengo, como una revolución!... El corazón fatigao da a veces sus aletazos, arisqueando en otros casos parece cambiar de lao. "Ha de estar enamorao, -el doctor me respondió-. "Abra la boca, ordenó, pa' ver si su mal encuentro". Después de mirar pa' adentro de esta manera me habló: "Bueno, amigo, no hay que hacer; a usted lo voy a curar, pero tiene que pasar unos días sin comer. Porque asigún pude ver su estómago se ha cargao, el hígado ha amontonao, así como un pedregal, y pa' salvarlo del mal tiene que ser operao. Están duros sus tendones, y usted anda como envarao, eso es porque se han cansao de trabajar los riñones. Con sellos, con inyecciones, volverán a funcionar. Pero, tiene que aguantar con pacencia la carrera: ¡Su cuerpo es una tapera, que se empieza a derrumbar!..." La noticia mortifica al hombre mejor templao, por eso es que, acobardao, juí marchito a la botica con el papel ande explica la melecina el doctor, y pa' aliviar mi dolor, y pa' aflojar mis tendones, ¡me dieron unos botones, como pa' mi tirador!... Me voy pa' siempre del pago, -dije pa' mí decidido: yo, pa' avestruz no he nacido, y esos botones no trago!... La muerte me hizo un amago, pero de mí se ha olvidao; áura tranquilo he quedao, el dolor pasó de largo. Me curé con mate amargo, con ginebra y con asao.