de Ricardo Güiraldes
El herrero Miseria (o El herrero y el Diablo) - Episodio 3
Ni bien Miseria quedó solo, comenzó a cavilar y, poco a poco, fue entrándole rabia de no haber sabido sacar más ventaja de las tres Gracias concedidas.
-También, seré sonso -gritó, tirando contra el suelo el chambergo-. Lo que es, si ahorita mismo se presentara el demonio, le daría mi alma con tal de poderle pedir veinte años de vida y plata a discreción.
En ese mismo momento, se presentó a la puerta del rancho un caballero que le dijo:
-Si querés, Miseria, yo te puedo presentar un contrato, dándote lo que pedís-. Y ya sacó un rollo de papel con escrituras y numeritos, lo más bien acondicionado, que traía en el bolsillo. Y allí las leyeron juntos a las letras y, estando conformes en el trato, firmaron los dos con mucho pulso, arriba de un sello que traía el rollo.
Ni bien el Diablo se fue y Miseria quedó solo, tanteó la bolsa de oro que le había dejado Mandinga, se miró en el bañadero de los patos, donde vio que era joven de nuevo, y se fue al pueblo para comprar ropa, pidió pieza en la fonda como señor, y durmió esa noche contento.
¡Amigo! Había que ver cómo cambió la vida de este hombre. Terció con príncipes y gobernadores y alcaldes, jugaba como ninguno en las carreras, viajó por todo el mundo, tuvo trato con hijas de reyes y marqueses...
Pero, bien dicen que pronto se pasan los años cuando se emplean de este modo, de suerte que se cumplió el año vigésimo y en un momento casual en que Miseria había venido a reírse de su rancho, se presentó el Diablo con el nombre de caballero Lilí, como vez pasada, y mostró el contrato para exigir que se le pagara lo convenido.
Miseria, que era hombre honrado, aunque medio tristón le dijo a Lilí que lo esperara, que iba a lavarse y ponerse buena ropa para presentarse en el Infierno, como era debido. Así lo hizo, pensando que al fin todo lazo se corta y que su felicidad había terminado.
Al volver lo halló a Lilí sentao en su silla aguardando, con paciencia.
-Ya estoy acomodado -le dijo-, ¿vamos yendo?
-Cómo hemos de irnos -contestó Lilí- si estoy pegado con esta silla como por encanto!
Miseria se acordó de las virtudes que le había concedido el hombre de la mula y le entró una risa tremenda.
-¡Enderezáte, pues, maula, si sos diablo! -le dijo a Lilí.
En vano éste hizo bellaquear la silla. No pudo alzarse ni un chiquito y sudaba, mirándolo a Miseria.
-Entonces -le dijo el que fue herrero-, si querés irte, firmame otros veinte años de vida y plata a discreción.
El demonio hizo lo que le pedía Miseria, y éste le dio permiso para que se fuera.