de Ricardo Güiraldes
El herrero Miseria (o El herrero y el Diablo) - Episodio 6
Así como no hay caminos sin repechos, no hay suerte sin desgracias, y vino a suceder que abogados, procuradores, jueces de paz, curanderos, médicos y todos los que son autoridad y viven de la desgracia y vicios de la gente, comenzaron a pasar hambre y fueron muriendo.
Y un día, asustados los que quedaban de este montón de inútiles, se dirigieron al Gobernador, a pedirle ayuda por lo que les sucedía. Y el Gobernador, que también entraba en la partida de los castigados, les dijo que nada podía remediar y les dio una plata del Estado, advirtiéndoles que era la única vez que lo hacía, porque no era obligación del Gobierno el andarlos ayudando.
Pasaron unos meses, y ya los procuradores, jueces y otros bichos iban mermando por haber pasado los más a mejor vida, cuando uno de ellos, el más pícaro, vino a maliciar la verdad y los invitó a todos a que volvieran a lo del Gobernador, dándoles promesa de que ganarían el pleito.
Así fue. Y cuando estuvieron frente al magnate, el procurador le dijo a Su Excelencia que todas esas calamidades sucedían porque el herrero Miseria tenía encerrados en su tabaquera a los diablos del Infierno.
Sobre el pucho, el mandón lo mandó a traer a Miseria y, en presencia de todos, le largó un discurso:
- Ajá, sos vos? Bonito andás poniendo al mundo con tus brujerías y encantos, viejo indigno! Ahorita vas a dejar las cosas como estaban, sin meterte a redimir culpas ni castigar diablos. No ves que siendo el mundo como es, no puede pasarse sin el mal y que las leyes y las enfermedades y todos los que viven de ellas, que son muchos, necesitan que los diablos anden por la tierra? En este mesmo momento vas al trote y largás los Infiernos de tu tabaquera.
Miseria comprendió que el Gobernador tenía razón, confesó la verdad y fue para su casa para cumplir lo mandado.
Ya estaba por demás viejo y aburrido del mundo, de suerte que irse de él poco le importaba.
En su rancho, antes de largar los diablos, puso la tabaquera en el yunque, como era su costumbre, y por última vez le dio una buena sobada, hasta que la camiseta quedó empapada de sudor.
-¿Si yo los largo van a andar embromando por aquí? -les preguntó a los mandingas.
No, no -gritaban éstos de adentro-. Larganos y te juramos no volver por tu casa.
Entonces Miseria abrió la tabaquera y los licenció para que se fueran.
Salió la hormiguita y creció hasta ser el Malo. Comenzaron a brotar del cuerpo de Lucifer todos los demonios y de repente, en un tropel, tomó esta diablada por esas calles de Dios, levantando una polvareda como nube de tormenta.