Autor: Atahualpa Yupanqui
Debido a la extensión de El payador perseguido, la obra ha sido dividida en nueve partes para que no demore tanto en cargarse cuando la conexión es lenta, no tanto por el texto sino por el audio, que dura casi 42 minutos. También resulta más cómoda la lectura, pues no es lo mismo desplazarse cuatro pantallas hacia abajo que cuarenta. Para no quitarle continuidad, la división de El payador perseguido se hizo tratando de que los cortes se produzcan donde comienza un canto o un recitado, o cuando hay pausas con un solo de guitarra, que de por sí indican un intervalo dentro de la obra.
La vanidá es yuyo malo que envenena toda huerta. Es preciso estar alerta manejando el azadón pero no falta el varón que la riega hasta en su puerta. El trabajo es cosa buena, es lo mejor de la vida, pero la vida es perdida trabajando en campo ajeno. Unos trabajan de trueno y es para otros la llovida. Trabajé en una cantera de piedritas de afilar. Cuarenta sabían pagar por cada piedra pulida, y era a seis pesos vendida en eso del negociar. Apenas el sol salía ya estaba a los martillazos, y entre dos a los abrazos con los tamaños piegrones, y por esos moldejones las manos hechas pedazos. Otra vez fui panadero, y hachero en un quebrachal; he cargao bloques de sal, y también he pelao cañas, y un puñado de otras hazañas pa' mi bien o pa' mi mal. Buscando de desasnarme fui pinche de escribanía; la letra chiquita hacía pa' no malgastar sellao, y era también apretao el sueldo que recibía. Cansao de tantas miserias me largué pal Tucumán. Lapacho, aliso, arrayán, y hacha con los algarrobos. ¡Por dos cincuenta! Era robo pa' que uno tenga ese afán. Sin estar fijo en un lao a toda labor le hacía, y ansí sucedió que un día que andaba de benteveo me topé con un arreo que dende salta venía. Me picó ganas de andar y apalabré al capataz, y ansí, de golpe nomás el hombre me preguntó: -¿Tiene mula? -Cómo no -le dije-. Y hambre, de más. A la semana de aquello repechaba cordilleras, faldas, cuestas y laderas siempre pal lao del poniente, bebiendo agua de vertiente y aguantando las soleras. Tal vez otro habrá rodao tanto como he rodao yo, y le juro, creameló, que he visto tanta pobreza, que yo pensé con tristeza: Dios por aquí no pasó. Se nos despeñó una vaca causa de la cerrazón, y nos pilló la oración cuereando y haciendo asao; dende ese día, cuñao se me gastó mi facón. Me sacudí las escarchas cuando bajé de los andes, y anduve en estancias grandes cuidando unos parejeros; trompeta, tapa y sombrero, pero pa' los peones, de ande. La peonada, al descampao, el patrón, en Güenos Aires. Nosotros, el cu... ello al aire con las caronas mojadas, y la hacienda de invernada más relumbrosa que un fraile. El estanciero tenía también sus cañaverales, y en los tiempos otoñales juntábamos los andrajos, y nos íbamos p'abajo dejando los pedregales. Allí nos amontonaban en lote con otros criollos, cada cual buscaba un hoyo ande quinchar su guarida, y pasábamos la vida rigoriaos y sin apoyo. Faltar, no faltaba nada: vino, café y alpargatas. Si habré revoliao las patas en gatos y chacareras. Recién la cosa era fiera al dir a cobrar las latas. ¡Que vida más despareja! Todo es ruindad y patraña; pelar caña es hazaña del que nació pal rigor. Allá había un solo dulzor y estaba adentro e' la caña.