Autor: Atahualpa Yupanqui
Debido a la extensión de El payador perseguido, la obra ha sido dividida en nueve partes para que no demore tanto en cargarse cuando la conexión es lenta, no tanto por el texto sino por el audio, que dura casi 42 minutos. También resulta más cómoda la lectura, pues no es lo mismo desplazarse cuatro pantallas hacia abajo que cuarenta. Para no quitarle continuidad, la división de El payador perseguido se hizo tratando de que los cortes se produzcan donde comienza un canto o un recitado, o cuando hay pausas con un solo de guitarra, que de por sí indican un intervalo dentro de la obra.
Cantor que cante a los pobres ni muerto se ha de callar. Pues ande vaya a parar el canto de ese cristiano, no ha de faltar el paisano que lo haga resucitar. Hoy que ha salido un poquito el sol pal trabajador. No falta más de un cantor que lo cante libremente. pero sabe mucha gente que primero canté yo. El estanciero presume de gauchismo y arrogancia. Él cree que es extravagancia que su peón viva mejor. Mas no sabe ese señor que por su peón tiene estancia. Aquel que tenga sus reales hace muy bien en cuidarlos; pero si quiere aumentarlos que a la ley no se haga el sordo. En todo puchero gordo los choclos se vuelve marlos. Una vuelta, sin trabajo, andaba por Tucumán, y en una fonda, ande van cantores de madrugada, me acerqué pa la payada que siempre ha sido mi afán. Aunque extrañando la monta me le apilé a un instrumento. Y al cabo de algún momento le di puerta a una baguala, con una coplita rala de esas que llevan los vientos. Tal vez fuera la guitarra. ¡Tan lindo como sonaba! Mi corazón remontaba tristezas de los caminos, y lo maldije al destino que tantas penas me daba. Un hombre se me acercó y me dijo: -¿Qué hace acá? Viaje pa la gran ciudad que allá lo van a entender; áhi tendrá fama, placer y plata pa regalar. ¡Para que lo habré escuchao! ¡Si era la voz del Mandinga! Buenos Aires, ciudá gringa, me tuvo muy apretao. Tuitos se me hacían a un lao como cu... erpo a la jeringa. Y eso que no vine pobre pues traiba alpargatas nuevas. Las viejas, pa cuando llueva en la alforja las metí; un pantalón color gris y un saco tirando a leva. Saltando de radio en radio anduve, figuresé. Cuatro meses me pasé en partidas malogradas; nadie aseguraba nada, y sin plata me quedé. Vendí mis lindas alforjas. Mi guitarra, ¡la vendí! En mi pobreza, ay de mí, me hubiera gustao guardarla. ¡Tanto me ha costao comprarla! Pero, en fin... todo perdí. ¡Vihuela, dónde andarás, qué manos te están tocando. Noches eternas pensando siquiera como consuelo, ¡Que sea un canto de este suelo lo que te están arrancando!